domingo, 1 de marzo de 2009

Sobre nosotros...

Me encuentro con un amigo para contarle de mí y parece que no me oye, comienza a contar sus cosas y no para de decirme que lo suyo es importante (que él esto, que él lo otro y bla, bla, bla).

Me dirijo al supermercado y una señora venida en años me pasa literalmente "por arriba", me dice que esta apurada y además "es domingo" (la misma señora que dice "esta juventud está perdida, se perdieron todos los valores...").

En el ómnibus sube una mujer embarazada y me hago el domido o miro para otro lado...

Si queda un asiento libre, me abalanzo sobre él como si estuvira hambriento (no sea que me lo roben).

En el trabajo, en la vereda, en el andar, antes cedía, ahora rebaso.

Auge del ego, de la velocidad, de la indiferencia (el otro no existe).

Hago esperar a la gente, te piso, te pecho, no te escucho, me adelanto con respecto al orden de llegada, etc.

Ando por la vida sin poner freno, corro carreras, quiero no sólo llegar primero, sino ser único.

No existen los límites: así destruyo totalmente al otro.

Me creo que soy único (en los primeros momentos de la vida, sí lo fui), sí para mi madre, no para el mundo.

Me molesta que el otro sobresalga porque me muestra que no soy único (como, me mostraron en la relación primordial).

El narcisismo en su máxima expresión yo- yo- yo. ¿Amor desmedido hacia mi?

¿Me encierro en mi?

Creo vínculos de usura, el otro me sirve mientras me alimenta, luego no.

La contracara de este amor enorme hacia mi, sería la debilidad de mis cimientos, nesesitando constantemente que el otro me devuelva la mejor imagen de mí (autoestima).

Parece primordial cuestionarse si la formación en valores no será necesaria a la hora de fortalecerme, puesto que de ese modo no necesito mirar tanto hacia el costado.

Tengo una contradicción: el otro no existe, pero existe cuando amenaza mi destrucción.